Siempre que queremos conocer más sobre una persona solemos lanzar la pregunta exploratoria por naturaleza:
¿Cuáles son tus planes a futuro?
De esta manera, la respuesta emitida nos da una idea sobre las prioridades y acciones encaminadas a conseguir llegar a esa meta en el tiempo.
Y es lógico: lo que una persona espera hacer nos dice mucho sobre sus prioridades, sus sueños y el sentido que le da al tiempo.
Normalmente pensamos en:
- terminar el instituto,
- estudiar una carrera,
- encontrar un trabajo estable,
- independizarnos,
- crear una familia,
- ahorrar, viajar, mejorar…
Si alguien nos responde que no tiene planes a futuro, suele darnos una idea de que esa persona es mediocre, floja, conformista y viciosa.
No inspira confianza porque no parece querer esforzarse por conseguir esa meta que, según cada quién, la hará feliz.
Paradójicamente, todos tenemos planes de futuro, pero solo a corto plazo.
Cuando hacemos esta planificación, olvidamos que la muerte tocará a nuestra puerta tarde o temprano; que somos seres trascendentes y, dependiendo de nuestras acciones, tendremos una vida o una muerte eterna.
Además de terminar el instituto, tu carrera, conseguir un gran empleo, tener dinero, comprar una casa y un coche, casarte, tener hijos, etc.
¿Cuáles son tus planes para después de la muerte?
¿Dónde te gustaría estar?
¿Por qué?
Y la pregunta más importante: ¿Qué estás haciendo para que así sea?
Como católicos es una pregunta que siempre debemos tener en mente y actuar en consecuencia.
Piénsalo despacio y contesta a las 4 preguntas.
1. ¿Cuáles son tus planes… después de la muerte?
No se trata de asustar, sino de ampliar la perspectiva.
2. ¿Dónde te gustaría estar?
No respondas rápido. No hay prisa.
3. ¿Por qué elegirías ese destino?
¿Qué imagen tienes de la vida eterna?
¿Un lugar?
¿Un encuentro?
¿Un estado?
4. ¿Qué estás haciendo hoy para caminar hacia ahí?
Desde la fe, no se trata de miedo, sino de coherencia y sentido.
