20 octubre, 2023

¿A qué se refiere la Biblia cuando cuenta lo que sucedió en el Paraíso terrenal?

Hoy en día todos los estudiosos enseñan que la Biblia no pretende describir aquí un lugar geográfico determinado, llamado Paraíso terrenal.

El autor de esa página fue un catequista judío, a quien los estudiosos llaman “el yahvista”, y que alrededor del año 950 a.C. tomó conciencia de unos hechos gravísimos que sucedían en la sociedad de su tiempo. 

Había descubierto que las cosas funcionaban mal y que se había llegado ya a una situación muy peligrosa. Se estaba viviendo un estado tan desastroso y desolador que si no se hacía algo pronto, él, su familia y todo el resto de la sociedad terminarían mal.

Frente a esto, el yahvista, iluminado por Dios, decide escribir el relato de Génesis 2-3, no para dar detalles sobre los orígenes del hombre, sino con el fin de alertar a los lectores de su época sobre tales problemas y aportar alguna solución.

AMOR Y EMBARAZO 

¿Qué es lo que había descubierto el autor y que tanto le preocupaba? Había constatado que ciertas realidades de la vida, que deberían ser motivo de alegría para todos, eran más bien causa de sufrimiento y dolor. 

Tal vez muchos ni se daban cuenta, o las consideraban como algo natural e inevitable. Él, sin embargo, ya no las soportaba, y se rebelaba ante esta situación. Empezó a hacer una lista de estos males que iba descubriendo. 

  • En primer lugar tenía una esposa, igual que sus vecinos y amigos. Y vio que algo tan bueno y hermoso como el matrimonio, en la práctica era un instrumento de dominación. La mujer se sentía atraída por el marido, pero él la consideraba un ser inferior, la privaba de ciertos derechos, la trataba como a un objeto. 

¿Por qué esa ambigüedad del amor? 

Y escribió: “Hacia su marido va la apetencia de ella, pero él la domina” (Gén 3, 16).

  • En segundo lugar, había visto cómo los embarazos de su mujer la esclavizaban y aumentaban sus sufrimientos. Más aún, había presenciado el parto de sus numerosos hijos, y en cada uno había visto gemir y padecer a su mujer inexplicablemente. 

¿Por qué la llegada de una nueva vida, motivo de alegría para el hogar, se hacía en medio de tantos dolores? 

Y escribió: “Tantas son sus fatigas cuantos son sus embarazos. Con dolor debe parir los hijos” (Gén 3, 16).

EL TRABAJO Y LOS ANIMALES

También había descubierto cómo cada mañana, al salir a trabajar para proveer su sustento y el de su familia, el trabajo era causa de grandes sufrimientos. Muchas veces llegaba a su casa al caer la tarde, cansado y dolorido, sin haber obtenido mayores frutos de la tierra árida, pobre y estéril de Palestina.

¿Por qué tanto sudor y fatiga? 
Y continuó con su lista: “Con fatiga hay que sacar del suelo el alimento todos los días de la vida. Se come el pan con el sudor de la frente” (Gén 3, 17.19).

¿Y la tierra? Parecía maldita. Debía producir alimentos para el hombre, y en cambio sólo daba abrojos y espinas. Por más que el hombre la labraba, ella se resistía. ¡Cuánto le costaba sacar de allí un poco de comida para sus hijos! 

Y anotó: “El suelo está maldito... Espinas y abrojos produce, y hay que comer la hierba del campo” (Gén 3, 17-17).

Hasta los animales le resultaban hostiles. Cuántas veces él mismo, al salir de cacería o paseando por el campo, se había visto atacado imprevistamente por una serpiente, o un león. Quizás algún conocido suyo había muerto embestido por una fiera. ¿A estos seres inferiores no los había puesto Dios al servicio del hombre? Parecían, en cambio, tener una enemistad a muerte con él. 

No podía confiarse en ellos. Eran una amenaza
para la vida humana. Entonces siguió escribiendo: “Hay enemistad entre la serpiente y el hombre, entre su raza y la de él”
(Gén 3, 15).

UN DIOS QUE DABA MIEDO

Y su misma vida le resultaba ambigua. Todo su ser gritaba: ¡quiero vivir!, pero la muerte lo acechaba, inevitablemente, en cada esquina. Nadie podía escapar de ella. Tal vez había visto morir ya a sus padres, a algún íntimo amigo, a un hijo. 

¿Por qué el final de la existencia era tan trágico y doloroso? ¿Por qué había un germen de muerte encerrado en cada vida, proyectando un velo de luto sobre todas las alegrías’ 
y anotó: “El hombre vuelve al polvo del que ha sido formado. Porque es polvo y al polvo vuelve” (Gén 3.19). 

Finalmente, su propio Dios amigo era ambiguo. Pensar en Él, estar con Él, hablar con Él, debería ser motivo de gozo y alegría. Sin embargo, muchas veces Dios le daba miedo. Su presencia lo asustaba. Temía sus castigos y, por eso, en ocasiones, se escondía y huía de Él. 

¿Por qué tenerle miedo a Dios?, se preguntaba, 
mientras escribía su relato: “Oigo sus pasos en el jardín y tengo miedo. Por eso me escondo” 
(Gén 3, 10).

Y de esta manera, el autor del relato concluyó la lista de males que encontraba en la experiencia cotidiana de su vida. Una vida familiar, hecha de amor y fatiga, de casamiento y de dolores de parto, de tierra seca que debe ser sembrada y sudor en los ojos, de animales que amenazan, de vida y de muerte, de presencia de Dios y de religiosidad basada en el miedo.

NACE EL PARAÍSO

Y el autor sagrado al llegar a este punto se preguntó. ¿por qué sufrimos todos estos males? ¿De dónde han salido? 

Está convencido de que de este Dios no pueden venir. Su fe le enseña que Él es bueno y justo, que quiere el bien de los hombres, y que nunca habría puesto como parte de la creación estas desgracias.

Quizás oyó muchas veces a amigos y vecinos decir. “¡Paciencia, hay que soportar. La vida es así. Es la voluntad de Dios!”.

Pero él se rebelaba. Sería el último en buscar en Dios y en su religión un justificativo para una falsa paciencia, que pacte con este situación de dolor. En esto él discrepaba incluso con las
otras religiones, que atribuían todos los males a la acción directa de Dios. Para él no. Lo que estaban sufriendo todos no podía tener la aprobación de Dios.

Y entonces, aunque con una mentalidad aún primitiva, llega a un gran descubrimiento: la situación en la que el pueblo de Israel y toda la humanidad se encuentran, es en realidad una situación pasajera de “castigo”, es decir, una consecuencia de nuestros pecados. Y por lo tanto somos los únicos responsables de lo que nos pasa.

Esta tesis, revolucionaria, tenía una doble ventaja. Por un lado significaba una visión optimista y esperanzadora de la vida.

En efecto, al no ser nada de esto querido directamente por Dios sino “situación de castigo”, no se traba de algo definitivo sino provisorio y pasajero, de lo que se podía salir en cualquier momento. Y, por otro, llevaba a reflexionar sobre la parte de responsabilidad de cada uno en los males que aquejaban a la sociedad.

Esta lista de males le sirvió, pues, al escritor sagrado para elaborar un elenco de lo que serían los “castigos de Dios” a los primeros hombres (Gén 3, 14-19). 

Ella reflejaría la situación en la que toda la humanidad vive actualmente. Pero aún le falta resolver otro problema. Si el mundo, tal como estaba, no era querido por Dios, entonces él no podía seguir consintiendo un mundo así. No era el plan originario de Dios. 

¿Y cuál era la voluntad de Dios para el mundo? 

Quería saberlo exactamente, pues de lo contrario, no sabría cómo actuar. Y ahí estaba el problema: el autor no lo sabía. Ignoraba cómo debía ser un mundo funcionando según la voluntad de Dios. Él sólo conocía este mundo equivocado, y ningún otro.

Entonces, ¿Qué hizo, para responder a semejante interrogante? 

Inspirado por Dios, tomó la lista de males que había compuesto (Gén 3, 14-19) e imaginó una situación inversa, de bienestar, en la que no se daba ninguno de ellos. Ese sería el mundo ideal, querido por Dios, y que nos estábamos perdiendo por culpa de nuestros pecados. El resultado de esta elaboración imaginaria fue: el Paraíso.

En efecto, el Paraíso del Génesis no es sino la descripción de un estado de vida exactamente opuesto a lo que el autor conocía y experimentaba todos los días de su vida.

EL MUNDO COMO DIOS MANDA

Si ahora analizamos, parte por parte, ese Paraíso descrito en Génesis 2, 4-25, veremos que corresponde exactamente a lo contrario del mundo que apareció luego del pecado original, y que está contado en Génesis 3, 4-24.

  • En primer lugar, en el Paraíso la mujer ya no es dominada por el marido, sino que es su compañera, su ayuda adecuada (2,18), en igualdad con el varón. El mismo hombre lo reconoce, y por eso exclama: “Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (2, 23). Y es el hombre el que aquí se siente atraído por ella, y forma con la mujer una sola carne (2, 24), sin que haya dominio de uno sobre el otro.

  • No existe la muerte. El hombre podía continuar viviendo para siempre porque Dios, respondiendo al profundo deseo del hombre, había hecho brotar, en medio del jardín, el árbolde la Vida (2, 9). Y le bastaba con extender su mano y comer de su fruto, para vivir para siempre (3, 22). La muerte, allí, ya no entristecía la vida.

  • Tampoco en el Paraíso hay dolores de parto, pues ni siquiera existe el parto. Como el hombre ya no muere, tampoco tiene necesidad de engendrar hijos para prolongar la vida más allá de la muerte. No es que el autor piense que existiera una sola pareja. En Adán y Eva estaban simbolizados y representados, en realidad, todos los hombres y las mujeres que nuestro autor conocía, y a los que no quería ver morir

El Paraíso es una profecía futura, pero proyectada hacia el pasado. No es un cuento inocente ni un lugar geográfico localizable, sino el genial recurso que encontró el escritor sagrado para sacudir la conciencia de sus contemporáneos. Y todavía hoy es un proyecto que se yergue, desafiante, a la fe y al coraje de los hombres que deben concretarlo.